miércoles, 29 de diciembre de 2010

¡Ahora se me antoja el Teatro Romano!




Lo de este hombre es definitivamente propio de un drama lorquiano.

En el día de hoy nos enteramos a través de la prensa que el señor Alcalde reclama la titularidad municipal del teatro romano, algo curioso cuanto menos ya que se produce justo tras su reinauguración tras más de veinte años de restauraciones, esto es, “que los demás me lo arreglen y luego me lo entreguen bonito, así yo me pongo la medallita”. Cierto es que ha sido un proceso largo, pero a la vez exhaustivo; que ha contado con los mejores arqueólogos a nivel provincial los cuales han seguido una metodología adecuada al yacimiento. El resultado ha aportado al teatro una imagen de monumento de primer orden en nuestra ciudad.

El Ayuntamiento de Málaga, ciudad donde las mayores partidas en cultura parece ser que van dirigidas a la organización de la cabalgata de Reyes (por ahora algo más de 60.000 euros que sepamos) y en la edición de libros autopropagandísticos (…) -35.000-, hace méritos para que le sea transferido el Teatro Romano.

Y todo ello sale a relucir a raíz de un documento de los años cuarenta del siglo XX el cual hace alusión a la cesión al Estado de los terrenos para la construcción de la llamada “Casa de la Cultura”, hecho éste, previo al descubrimiento del edificio teatral en 1951. Sin embargo parece ser que no ha sido leída la ley de Patrimonio Histórico de Andalucía de 2007, o la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985, en las cuales las competencias en cuanto a la titularidad de estos espacios recaen en la administración autonómica.

Por ello el señor alcalde además de estar a la cabeza de uno de los ayuntamientos más endeudados de España, tiene la marca mundial en victimismo y creación de confrontación entre ciudades. Cierto es el centralismo que ejerce la Junta de Andalucía hacia Sevilla, sin embargo la política no se ejerce a partir de continuas pataletas de tipo infantil “tú tienes más”.

Hace algunos años la Junta cedió la titularidad de la Alcazaba y el Castillo de Gibralfaro al Ayuntamiento, y visto lo visto esperemos que no ocurra lo mismo con el Teatro. Aparte de haber instalado un ascensor en pleno centro del palacio de la zona alta (se ve que no podía haberse hecho en ningún otro lugar del recinto con menos afección para el monumento) y adecentar parte de los jardines, poco ha invertido el consistorio en el conjunto. Así las humedades afectan a la mayor parte de las salas, el barrio alto de casas (uno de los más importantes de Al-Ándalus) sigue cerrado al público. Además no se ha llevado a cabo ninguna excavación arqueológica reciente en la colina donde “nació” Málaga, y por si todo ello fuese poco, el personal del conjunto es casi inexistente.

Y si alguno de los iletrados que tanto gustan de comentar en los foros de la prensa local, es capaz de dejarse mirar el ombligo, abrir su horizonte de miras e ir más allá de su ciudad a la hora de comparar y entender modelos que lo haga; gente que sólo se dedica a despreciar una administración autonómica por la que tanto se luchó debería ser más prudente e intentar trabajar más por su ciudad, porque en el fondo tanto victimismo acaba siendo síntomas de mera ignorancia. Apuesto que cuando el señor Javier Arenas llegue a la San Telmo poco cambiará la cosa, y ese malagueño acomplejado y víctima ¿a quién acusará entonces?, ¿pedirá ser autonomía por sí sola? –algunos ya lo hacen- ¿o Cantón independiente?. Yo propongo que contraten a Joan Laporta para sentar las bases del independentismo malagueño.

Y desde aquí no se va a defender a la Junta de Andalucía (menos tras autorizar la aberración urbanística en el Hoyo de Esparteros), pero el trabajo realizado en el teatro (un monumento de su envergadura no puede ser excavado en cinco años)ha corrido exclusivamente por cuenta autonómica. Además hay una serie de competencias patrimoniales que jamás deberían ser cedidas a las administraciones locales, todo sea por la salvaguarda de las mismas.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Acueducto y Puente de la Fuente del Rey












El acueducto del Puente del Rey constituyó uno de los muchos intentos por surtir a Málaga del elemento vida en unos momentos en los que la ciudad veía como escaseaban los recursos hídricos. Los primeros estudios para la traída de aguas de este manantial se remontan al segundo cuarto del siglo XVIII con proyectos como el de Bartolomé Thurus (maestro mayor de las obras del puerto).

El puente del Rey constituía además una oportunidad para comunicar a Málaga con el valle del Guadalorce, dado que inexistían puentes estables que cruzasen este río. Se daba la circunstancia que todos los molinos harineros con los que contaba la ciudad se encontraban en la margen derecha del Guadalorce, ya que en la capital no había curso de agua que permitiese el funcionamiento de éstos, y que la harina no podía ser almacenada en la capital por el excesivo nivel de humedad que en ella había. Por ello, cuando éste registraba crecidas en Málaga escaseaba el pan agravando la ya de por sí maltrecha situación de la población local.

Los intentos del cabildo por garantizar el suministro de agua a la ciudad de Málaga hicieron necesaria la presencia de Toribio Martínez de la Vega en la ciudad. El lugar elegido para surtir de agua se encontraba en las inmediaciones de la actual barriada de Churriana a unos doce kilómetros de la capital. Así los planos fueron realizados entre 1725 y 1726 aunque con varias modificaciones posteriores, por ejemplo se pasó de 22 arcos proyectados en un principio a 57 en otros planos más tardíos.

El material utilizado para la obra fue en su mayor parte la piedra local, las canteras se encontraban en el entorno de Churriana.

A la muerte de Toribio Martínez de la Vega en 1733 el proyecto declinó sustancialmente. Pese a ello se siguieron invirtiendo caudales en el intento de hacer proseguir las obras, para lo que se requirió la intervención de figuras tales como Miguel de los Santos, José de Bada (terminador de las obras de la catedral) o el propio Martín de Aldehuela, sin que nunca se llegase a llevar a buen término ni el acueducto ni el puente sobre el Guadalhorce.

Las causas son varias entre ellas la siempre complicada situación de las finanzas del cabildo, la inexistencia de un proyecto bien definido y la muerte de su arquitecto inicial. Por otra parte no faltaron las presiones de los propietarios de la zona al intentar “especular” con las aguas y evitar el ocaso de su “negocio” (como ocurrió algo más de un siglo después con las aguas de Torremolinos) o simplemente por negarse a que las obras afectasen a sus propiedades.

Lo cierto es que ya a finales de siglo el proyecto había quedado en un segundo plano, fijando sus vistas el obispo Molina Lario en las aguas del Guadalmedina, e iniciándose así las obras del acueducto de San Telmo.

Aunque nunca llegase a terminarse, gran parte de lo construido fue usado para el riego de parte de la vega de Málaga.

Los restos más visibles se encuentran junto a la barriada de Zapata, a escasos metros del aeropuerto de Málaga. Bajo algunos de los arcos del acueducto muchas viviendas encontraron cobijo. Sin embargo la situación de degradación del puente es alarmante. Comparando fotografías de principios del siglo XX con la estampa actual, el puente ha perdido buena parte de su estructura, al haber sido “invadido” por casas o incluso haber sido despojado de sus sillares. Sobre sus restos la vegetación se abre paso.

La zona, sometida a una gran presión urbanística, ha sufrido la destrucción de parte del trazado del acueducto como ya denunció en 2007 el grupo municipal de IU.
A la espera que las administraciones “recuerden” que existe más patrimonio por el que velar más allá de la calle Larios, restos de importantes infraestructuras de su pasado desaparecen día a día.


En las imágenes pueden ver el estado actual del conjunto frente a estampas de principios del siglo XX (archivo Temboury) y un plano del proyecto inicial.